La noche carecía del fuego de otras noches y el
restaurante Il Bosco se sentía tibio. Afuera, en la calle, las horas rodaban
viscosas, los peatones parecían subsionados por el pavimento. "Parece que
va a llover", me dijo una voz áspera. Me volví a mirar hacia la fuente de
esa voz que me sacó de un pensamiento. Ella seguía allí. Hacía al menos una
hora que la encontré en la mesa de siempre, fumando, como siempre, con la
mirada lejana de siempre y que se encendcía hasta las llamas cuando la enojaban
u ofendían.
"Sí, cuando bajé del micro, caían finas gotas de
lluvia", respondí, no sé por qué, pues lo dicho por Stella Díaz Varín no
lo requería. Bebimos el vino del preludio de otra noche de juerga, charla y
desencuentros. Bueno, no siempre. Por lo general las tertulias bohemias
concluían serenas. En un momento ingresaron los chicos de cada jornada, los
revolucionarios de café, como los calificó una madrugada el ajedrecista Juvenal
Canobra. Hombres y mujeres vestían trajes de combate y gorras "Che
Guevara". Buscaron un rincón, se sentaro y pidieron cerveza y completos.
Al parecer los acompañaba algún guevarista acaudalado.
"A veces siento lástima por estos chicos. Sueñan
con una revolución que no conocen y que mañana, cuando sean ejecutivos o
empleados, olvidarán", dijo Stella, mirándolos con algo condescendencia.
Noté que su voz carecía de vigor. "¿Estás enferma?", le pregunto.
"No, sólo tengo nostalgias. Nostalgias de mi tierra, de mis ex compañeros
de estudios y noches de literatura en La Serena y Coquimbo. ¿Sabes? Recuerdo
una tarde en el patio del liceo, en que quise leerle un poema a unos
estudiantes, y se rieron. Insistí, pero se rieron más fuerte y me molestaron.
Me enfurecí y al mayor le pegué un combo en el hocico; cayó como saco de papas.
Ahí me di cuenta que yo era buena para los puñetes, que no tenía miedo".
Nunca vi miedo o titubeos en esta bella colorina.
Enrique Lihn y Pablo Neruda la querían, al igual que casi todo el mundo...salvo
Enrique Lafourcade, claro. "Pero siento nostalgia de Cuba, también, donde
el poeta no es un ser mítico; bueno algo de esto tiene, pero se le ve como ser
humano, se le considera. Mira, Negrito; aquí nos miran como si fuéramos de otra
galaxia, nos respetan y también nos ven como bichos raros. ¿No lo has notado? Y
lo peor, es que no tenemos derechos sociales, por eso morimos pobres".
Cerca de medianoche ha aumentado la asistencia. El
humo de cigarrillos y cigarros opaca la atmósfera. Han llegado Marina Latorre,
Jorge Salmonel, un desconocido que conocemos de tanto verlo arribar con su
traje impecable, corbata italiana, peinado lamido y cigarrillos americanos, que
deja sobre la mesa para que se les vea y se les fume. Jodorowski ni Teófilo
Cid.
"Recuerdo mis años en las haciendas y parcelas de
mi familia, rica, Carlitos, de mucho dinero, el que se fue a la cresta porco
después de la muerte de mi padre. Ahí hasta pasé hambre. Entre tanta penuria, empecé a
escribir peomas y otras huevadas. Me catalogaron de buena, así que publique en
los dairios "El Día" y "El Siglo", ambos serenenses. Dios y
el Diablo, Negro", y se ríe con fuerza. Bebemos unos sorbos de vino.
Stella acomoda su pelo con ambas manos, como peinándoles desde las sienes, en
un gesto acostumbrado de juventud, según contó una tarde en la SECH.
"Bueno, dejémonos de recuerdos y bebamos por la
salud de esta mierda de vida". La acompaño. Arriban Orlando Cabrera Leyva,
Juvenal Canobra, el Huaso Azócar, Edmundo Herrera; más tarde, Teresa Hamel,
Aristóletes Tote España, José Miguel Varas, y los estudiantes del pedagógico
que cada noche llegan con la esperanza que alguien les invite un café o vino y
un sandwich. Más tarde llegarán los chicos de la Universidad Técnica, bravos y
gritones, pero, al final, inofensivos. A veces los acompaña mi amigo Percy, el
dibujante de "Pepe Antártico", conversador imparable.
Esa noche no llegaron Jodorowski ni Teófilo Cid. Poco
a poco la conversación se entona. Surgen temas literarios, políticos y
deportivos.
Afuera, la lluvia arrecia.
Carlos
Eduardo Saa
21 de febrero de 1989.
No hay comentarios:
Publicar un comentario