domingo, 25 de noviembre de 2012

LA VLLCHA

Niña (pichidomo, de pichi-pequeña y domo, mujer) mapuche luciendo trarilonko y trapelakucha

Siendo un joven de 21 ó 22 años de edad, un día posterior a la fuerte lluvia sureña, me interné en un bosque en Vilcún (lagartija), pueblo al interior de Temuco (agua de temu: una especie de árbol). Tras caminar algunos kilómetros disfrutando del olor a tierra húmeda, del canto de las aves y de la variada vegetación, en un claro encontré a una joven (vllcha) mapuche. Era de piel morena clara, de hermosos ojos oscuros, casi negros, de forma almendrada; frente amplia, pelo negro, no tan grueso como la mayoría de las mapuches lo tienen. Su cuerpo era delgado, de un metro sesenta de estatura, aproximadamente, vestido con ropas mixtas mapuches y chilenas. La frente la ceñía un bello trarilonko de plata (trari-faja; lonko, cabeza). Un trapelakucha (joya pectoral vertical que simboliza los mundos superiores y el que habitamos) adornaba sus pequeños pechos. En el suelo, estaba una canasta conteniendo piñones o pehuenes, semillas de la araucaria, árbol autóctono.
 
-Eres winka (ladrón, usurpador, término con que designan al chileno), me dijo con timidez.
“Yo no soy winka, soy kamollfvñ che (gente no mapuche)”, le dije con seguridad y tratando de mostrarme ofendido y pro mapuche.
-¿Qué haces aquí? Estás lejos del pueblo. ¿Vives ahí?
“No, soy de Santiago. Estoy por trabajo, soy periodista”.
 
Su voz era suave, como susurro del viento. Su rostro sin ser bello, era atractivo, casi hermoso. Las manos, sin ser feas, mostraban alguna tosquedad debido a trabajos a los que estarían sometidas. Ella se percató que la miraba con interés y se sonrojó.
-Soy, hija del Lonco de aquí. Mi padre es viejo pero sabio, y mi madre contiene las costumbres nuestras.
“¿Az Mapu?”
-Sí, Az Mapu Veo que conoces de nuestra cultura…
“Algo. ¿Cómo te llamas? Yo soy Carlos Eduardo”
“Me llamo Rayhuan (Flor del Cielo; de Rayen-Flor y de Huenu- Arriba, Cielo).
Conversamos durante unos diez minutos y ella dijo que debía regresar a su Ruka (casa).
Nos despedimos con un beso en la mejilla. Había avanzado yo uno pasos y me llamó.
-Te regalo esta bolsita de lana, que yo misma hice. Para que me recuerdes, Ojos de Mar.
Regresé a con el corazón liviano, flotando en el recuerdo de la vllcha y su charla sobre su nación. Nunca la olvidé. Hoy lamento no tener la pequeña bolsa, de color azul y rayas horizontales rojas y negras.  En algún cambio de residencia debe haberse quedado olvidada.

domingo, 21 de octubre de 2012

LA NOSTALGIA DE STELLA DÍAZ VARÍN

La noche carecía del fuego de otras noches y el restaurante Il Bosco se sentía tibio. Afuera, en la calle, las horas rodaban viscosas, los peatones parecían subsionados por el pavimento. "Parece que va a llover", me dijo una voz áspera. Me volví a mirar hacia la fuente de esa voz que me sacó de un pensamiento. Ella seguía allí. Hacía al menos una hora que la encontré en la mesa de siempre, fumando, como siempre, con la mirada lejana de siempre y que se encendcía hasta las llamas cuando la enojaban u ofendían.

"Sí, cuando bajé del micro, caían finas gotas de lluvia", respondí, no sé por qué, pues lo dicho por Stella Díaz Varín no lo requería. Bebimos el vino del preludio de otra noche de juerga, charla y desencuentros. Bueno, no siempre. Por lo general las tertulias bohemias concluían serenas. En un momento ingresaron los chicos de cada jornada, los revolucionarios de café, como los calificó una madrugada el ajedrecista Juvenal Canobra. Hombres y mujeres vestían trajes de combate y gorras "Che Guevara". Buscaron un rincón, se sentaro y pidieron cerveza y completos. Al parecer los acompañaba algún guevarista acaudalado.
"A veces siento lástima por estos chicos. Sueñan con una revolución que no conocen y que mañana, cuando sean ejecutivos o empleados, olvidarán", dijo Stella, mirándolos con algo condescendencia. Noté que su voz carecía de vigor. "¿Estás enferma?", le pregunto. "No, sólo tengo nostalgias. Nostalgias de mi tierra, de mis ex compañeros de estudios y noches de literatura en La Serena y Coquimbo. ¿Sabes? Recuerdo una tarde en el patio del liceo, en que quise leerle un poema a unos estudiantes, y se rieron. Insistí, pero se rieron más fuerte y me molestaron. Me enfurecí y al mayor le pegué un combo en el hocico; cayó como saco de papas. Ahí me di cuenta que yo era buena para los puñetes, que no tenía miedo".

Nunca vi miedo o titubeos en esta bella colorina. Enrique Lihn y Pablo Neruda la querían, al igual que casi todo el mundo...salvo Enrique Lafourcade, claro. "Pero siento nostalgia de Cuba, también, donde el poeta no es un ser mítico; bueno algo de esto tiene, pero se le ve como ser humano, se le considera. Mira, Negrito; aquí nos miran como si fuéramos de otra galaxia, nos respetan y también nos ven como bichos raros. ¿No lo has notado? Y lo peor, es que no tenemos derechos sociales, por eso morimos pobres".
Cerca de medianoche ha aumentado la asistencia. El humo de cigarrillos y cigarros opaca la atmósfera. Han llegado Marina Latorre, Jorge Salmonel, un desconocido que conocemos de tanto verlo arribar con su traje impecable, corbata italiana, peinado lamido y cigarrillos americanos, que deja sobre la mesa para que se les vea y se les fume. Jodorowski ni Teófilo Cid.

"Recuerdo mis años en las haciendas y parcelas de mi familia, rica, Carlitos, de mucho dinero, el que se fue a la cresta porco después de la muerte de mi padre. Ahí hasta pasé  hambre. Entre tanta penuria, empecé a escribir peomas y otras huevadas. Me catalogaron de buena, así que publique en los dairios "El Día" y "El Siglo", ambos serenenses. Dios y el Diablo, Negro", y se ríe con fuerza. Bebemos unos sorbos de vino. Stella acomoda su pelo con ambas manos, como peinándoles desde las sienes, en un gesto acostumbrado de juventud, según contó una tarde en la SECH.
"Bueno, dejémonos de recuerdos y bebamos por la salud de esta mierda de vida". La acompaño. Arriban Orlando Cabrera Leyva, Juvenal Canobra, el Huaso Azócar, Edmundo Herrera; más tarde, Teresa Hamel, Aristóletes Tote España, José Miguel Varas, y los estudiantes del pedagógico que cada noche llegan con la esperanza que alguien les invite un café o vino y un sandwich. Más tarde llegarán los chicos de la Universidad Técnica, bravos y gritones, pero, al final, inofensivos. A veces los acompaña mi amigo Percy, el dibujante de "Pepe Antártico", conversador imparable.

Esa noche no llegaron Jodorowski ni Teófilo Cid. Poco a poco la conversación se entona. Surgen temas literarios, políticos y deportivos.
Afuera, la lluvia arrecia.

Carlos Eduardo Saa
21 de febrero de 1989.

domingo, 14 de octubre de 2012

EL CLUB SOCIAL Y DEPORTIVO MATADERO


Anoche, por mi mente insomne pasaron imágenes olvidadas en un rincón de la nostalgia. La pampa, La Serena, Mantos de Hornillos, Ovalle. También Santiago y sus rincones. Uno de ellos, el Club Social y Deportivo Matadero, cerca de la casa en donde viví parte de mi adolescencia tardía. En mi calle, Dávila Larraín, vivían ex jugadores de fútbol profesional, uno de los músicos de Los Ramblers, monreros, lanzas y varios mafiosos de fama, como el Cabro Carrera. Yo los veía a diario en sus distintas actitudes. Sonrientes algunos, torvos los otros, sintiendo no poca admiración por esos bravos, como también cierto temor.

El Club Social y Deportivo Matadeo, era un rincón deportivo y social, donde los fines de semana se realizaban encuentros bailables con gran asistencia de trabajadores ferroviarios, del matadero, vecinos de conciencias blancas y negras. La cueca era la reina. La algarabía ante los grupos y solistas cuequeros era tremenda. Las mozas guapas salían a bailar luciendo vestidos con provocativos cortes en uno de los muslos morenos y rellenitos, por lo general. Los guapos lucían ambos negros a rayas, sombrero y coloridos pañuelos en el cuello. La cueca llenaba el local y salía por la puerta para adueñarse de varias cuadras del barrio.

Una tarde, uno obrero de la construcción se emborrachó más de la cuenta y no soportó ver a su pareja bailando con un ferroviario con cara de niño pero de temple cuchillero en las manos. El primero agredió al segundo y rodaron por la pista ante el griterío eufórico de la concurrencia, y chillidos angustiados de unas pocas mujeres. Un grupo de varones logró separar a los contendientes, que no dejaron de mirarse con fiereza hasta el término de la parranda. Pareció que los rivales habían partido cada uno a sus lares. La concurrencia marchó a dormir la borrachera y el silencio cayó sobre las calles. Pero no todo había terminado. Con las primeras luces del sol, el guardia de una caseta ferroviaria cercana al club, encontró al Cara de Niño, con dos puñaladas en el pecho, ensangrentando la vía.

A pocas cuadras, en Carmen y Placer, se inauguró en estos años el Club Matadero Centro Cultural Club Social, a dos cuadras del ex Matadero, donde se faenaban vacunos y cerdos para abastecer a la capital. Si bien recoge el espíritu bravo y billanguero del tradicional barrio, ya no corre sangre en riñas por las piernas de mozas de ojos incitantes y carne ardiente, como ocurría en la vieja casona de mis añoranzas.
 
De Recuerdos y Ficciones.
Cerro Barón

04 de julio 2010.