DE RECUERDOS Y FICCIONES
“María, me muero por una
caña de tinto, pero no tengo plata”.
Y María, María Lefebre,
pagaba el trago al estudiante indigente, soñador con tiempos mejores, en que
sus poemas serían reconocidos por fin. Utopía. Nunca ocurrió.
María, pequeña, de voz
ronca, bohemia quizás de cuantos años, quizás desde la adolescencia.
“Tienen que saber estos
jóvenes que junto a Gabriela (Mistral) Amanda Labarca y Laura Rodig, existió
María Lefebre”, decía con énfasis Luis Sánchez Latorre, acodado en una mesa de
Il Bosco. Más tarde, escribiría esta frase en un libro de Sylvia Baronti B.,
dedicado a María. Cuántas frases como estas surgieron en noches de bohemia.
Recuerdos decenas. Las trasnoches de entonces eran una escuela y fuente
inspiradora. Si no lo sabrán Jorge Teillier y Rolando Cárdenas, entre otros.
María Lefebre era menuda,
pero fuerte como un hombre, al decir de sus colegas literarios y de andadas por
los restaurantes y bares del país. Nació mirando la mar, que tanto amaba, en
una casona del cerro Castillo. Cuna de oro tenía, infancia de niña rica hizo
grata su adolescencia. Pero María poesía un corazón de oro y compartía con los
niños pobres mucho de lo que sus padres le regalaban. La mar, decía, era para
ella como una madre en su literatura. “Que crecí viéndolo de frente, sereno, la
mayor de las veces, agitado en esos temporales terribles de Valparaíso y Viña”,
recordaba en sus noches bohemias.
María era reina de los
bohemios, como lo fuera Stella Díaz Varín, como también Marina Latorre. (Esta
última vive recordando esos años en su casa del barrio París, detrás del templo
San Francisco). Poeta potente, con versos que agrandaban su figura y
embellecías su escasa belleza, estremecía escucharla.
…Como saeta disparada al viento
Sin rumbo fijo y al acaso voy
Dentro del alma una congoja siento y
si acaso canto es porque triste
estoy.
Anda canción sin nombre y sin destino
Vuela sin rumbo, cual mi vida va
Y si alguien te detiene en tu camino
Dile que eres canción de un peregrino
Mas no le digas mi secreto mal.
María se refería tal vez
en estos versos a su poca afortunada vida sentimental y a la pobreza que de
pronto cayó la familia y que la arrastró incontenible. Sin embargo era ella
como arrecife, y su espíritu de temple enfrentó las desdichas sin arrinconarse
ni temerles. Desde sus naipes mágicos del Tarot conseguía sobrevivencia. Su
dominio de la magia de la predicción no tenía contenciones. Una vez, contó,
Andrés Sabella, se le acercó una gitana que le ofreció verle la suerte, pero
fue María quien tomó la mano de aquella y leyó su futuro. La gitana invitó a su
tribu para que consultara a la “sabia” y María abrió consulta callejera para
los gitanos con una tarifa que le
permitió tener nuevas entradas. Su fama de adivina creció, hasta su casa del
barrio Independencia llegaba gente de la “alta sociedad” y de las menores a
consultarla. A los casos por penas de
amor les cobraba en especies, hasta pavos y gallinas le llevaron. ¡Ah, María y su
magia!
Francia y España
conocieron su risa y voz roncas, esa risa que al decir de Carlos Casasuss,
abría luces en el ambiente. También Licha Ballerino amaba su alegría y su buen
humor. La tarotista y poeta era creativa, y quiso y entró al periodismo. En
París se destacó y, según Lidia Boza, tenía una columna dedicada a los
escritores y poetas de América.
Pero a veces, casi
siempre, la vida alocada cobra caro. Los años de bohemia dura en los bares,
restaurantes, quintas de recreo, prostíbulos, minaron el corazón de María, y el
18 de agosto de 1972, un ataque cardíaco nos robó su contento, sus versos, sus
prosas. Tenía apenas 70 años de edad. Yo creo que desde entonces, en algún
lugar del universo, María Lefebre Lever debe estar sentada en posición yoga, inclinada
sobre sus naipes mágicos viendo la suerte a las almas que desde las
constelaciones llegan a su consulta invisible, la que siempre soñó en la
Tierra.
Carlos Eduardo Saa
Cerro Barón
04/12/2013.