Niña
(pichidomo, de pichi-pequeña y domo, mujer) mapuche luciendo trarilonko y
trapelakucha
Siendo
un joven de 21 ó 22 años de edad, un día posterior a la fuerte lluvia sureña,
me interné en un bosque en Vilcún (lagartija), pueblo al interior de Temuco (agua
de temu: una especie de árbol). Tras
caminar algunos kilómetros disfrutando del olor a tierra húmeda, del canto de
las aves y de la variada vegetación, en un claro encontré a una joven (vllcha)
mapuche. Era de piel morena clara, de hermosos ojos oscuros, casi negros, de
forma almendrada; frente amplia, pelo negro, no tan grueso como la mayoría de
las mapuches lo tienen. Su cuerpo era delgado, de un metro sesenta de estatura,
aproximadamente, vestido con ropas mixtas mapuches y chilenas. La frente la
ceñía un bello trarilonko de plata (trari-faja; lonko, cabeza). Un trapelakucha
(joya pectoral vertical que simboliza los mundos superiores y el que habitamos)
adornaba sus pequeños pechos. En el suelo, estaba una canasta conteniendo
piñones o pehuenes, semillas de la araucaria, árbol autóctono.
-Eres
winka (ladrón, usurpador, término con que designan al chileno), me dijo con
timidez.
“Yo
no soy winka, soy kamollfvñ che (gente no mapuche)”, le dije con seguridad y
tratando de mostrarme ofendido y pro mapuche.
-¿Qué
haces aquí? Estás lejos del pueblo. ¿Vives ahí?
“No,
soy de Santiago. Estoy por trabajo, soy periodista”.
Su
voz era suave, como susurro del viento. Su rostro sin ser bello, era atractivo,
casi hermoso. Las manos, sin ser feas, mostraban alguna tosquedad debido a
trabajos a los que estarían sometidas. Ella se percató que la miraba con
interés y se sonrojó.
-Soy,
hija del Lonco de aquí. Mi padre es viejo pero sabio, y mi madre contiene las
costumbres nuestras.
“¿Az
Mapu?”
-Sí,
Az Mapu Veo que conoces de nuestra cultura…
“Algo.
¿Cómo te llamas? Yo soy Carlos Eduardo”
“Me
llamo Rayhuan (Flor del Cielo; de Rayen-Flor y de Huenu- Arriba, Cielo).
Conversamos
durante unos diez minutos y ella dijo que debía regresar a su Ruka (casa).
Nos
despedimos con un beso en la mejilla. Había avanzado yo uno pasos y me llamó.
-Te
regalo esta bolsita de lana, que yo misma hice. Para que me recuerdes, Ojos de
Mar.
Regresé
a con el corazón liviano, flotando en el recuerdo de la vllcha y su charla
sobre su nación. Nunca la olvidé. Hoy lamento no tener la pequeña bolsa, de
color azul y rayas horizontales rojas y negras.
En algún cambio de residencia debe haberse quedado olvidada.